lunes, 31 de octubre de 2011

Día de muertos en México.

 
 
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos…
El día de muertos, como le llamamos en México, no es un día de llanto y dolor. Son por el contrario dos días enteros de fiesta y regocijo. En los que nuestros muertos, regresan desde el mismísimo inframundo, a pasar un rato entre nosotros. Con la alegría que significa entonces, la visita de aquellos tan amados en vida, y ahora tan añorados en muerte; se prepara todo un rito que con los siglos se ha vuelto una fuerte tradición y declarada desde hace muchos años ya como patrimonio cultural de la humanidad.

Se empieza desde luego por limpiar la casa, disponer de la mesa con un mantel colorido, decorarla con papel picado de colores y pétalos de flor de cempaxúchitl, retratos de aquellos de quienes con gusto se espera la visita, y todos los manjares, juguetes, bebidas y curiosidades que ellos gustaban en vida.



El mexicano no le teme a la muerte, el mexicano juega y se ríe con ella, nos gusta torearla para demostrarle que ella es solo un paso más de los tantos que debemos dar.

La tradición del día de muertos en México es mas antigua que la llegada de los españoles, seguramente ellos, luego, como suelen confabular con todo, hicieron que dichas celebraciones coincidieran con el los días de todos los santos, y el de los fieles difuntos. Para opacar desde luego toda la algarabía pagana de nuestra celebración prehispánica.

Las ofrendas de día de muertos son toda una fiesta para los sentidos, el olor del incienso y la luz de las velas son para mostrarle el camino a nuestros difuntos amados, igual que el olor de los pétalos de la flor de cempaxúchitl que es bastante dulce y olorosa.

Se dispone de muchos pétalos que son regados desde la entrada de la casa hasta el camino por donde esperamos que ellos lleguen. El día primero se espera a los pequeños, a los que fallecieron siendo inocentes, el día dos, a los adultos.

Aunque siendo vecinos de Estados Unidos y estando como estamos tan bañados en algunas de sus festividades, también se suele festejar el llamado Hallowen. Los niños y los no tan niños, se disfrazan, se hacen fiestas. Y usualmente se piden golosinas de puerta en puerta. Hay lugares en donde se piden dulces desde el 31 hasta el dos, hay otros, sobre todo en provincia, en los que únicamente se piden el primero.

En provincia el día de muertos es una cosa maravillosa.

Las puertas se abren de par en par y se mantienen así los dos días, es increíble entrar y dejarse envolver por aquella visión.

Tumbas cargadas de flores, dulces, comida, veladoras de todos los tamaños. Gente sentada cómodamente alrededor de sus criptas o tumbas familiares, contando anécdotas de sus muertos.

Se pasa la noche entera de la manera mas grata, entre chistes, cuentos, y hasta mariachis que cobran a la gente por dedicar a sus muertos sus canciones favoritas, aquellas que los hacían vivir la vida a sus anchas.



Para los prehispánicos, no existían el cielo y el infierno, nada de esas patrañas católicas de premios o castigos eternos, las almas recorrían un camino para encontrar descanso según el modo en el que habían muerto y no sus pecados o estilo de vida.

Al Tlalocan se iban todos los que hubiesen tenido muertes relacionadas con agua, pues es el paraíso del dios Tlaloc, dios del agua. Era considerado un lugar de reposo y abundancia.

Al Omeyocan, el paraíso del sol, se iban aquellos que habían muerto en batalla, los guerreros caídos en combate, pues es el paraíso de Huitzilopochtli el dios de la guerra. Ir al Omeyocan era una muerte digna, era un paraíso lleno de gozo, bailes y luz. Después de cuatro años, el guerrero regresaba a la tierra convertido en ave de colores para embellecer el mundo.

El Mictlàn era el lugar al que llegaban las almas de los fallecidos por muerte natural, era un lugar oscuro del que ya no se podía salir. Un lugar tortuoso pues para llegar a él, las almas debían pasar por muchos caminos y penurias durante cuatro años. Después de llegar al Mictlàn, las almas reposaban en el Chicunamictlàn, en donde una vez en paz, encontraban la calma y se desvanecían.

Al Chichihuacuauhco se iban los niños pequeños, era un paraíso en donde había un enorme árbol con frondosas ramas que goteaban leche para alimentarlos. Las almas de estos niños serian mantenidas y protegidas, hasta que la raza que habita la tierra fuese destruida por completo. Así, de la misma muerte, surgiría la nueva vida para re poblar el mundo.



Como dato curioso, los mexicanos cuando somos creativos, solemos regalar “calaveritas” ya sea de azúcar con el nombre de nuestro amigo a pariente en la frente, o en forma de versos simpáticos que hablen de nuestro allegado de manera graciosa refiriéndose a su muerte o a su llegada al otro mundo.

¡Hombre, que detallazo!  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde España Alcoy, comienzo con gracias sinceras, mi cariño para ti, querida Lilymeth Mena; preciosa descripción del dia de los muertos, tam apreciada por todos vosotros y realizada con tanto cariño, amor por vuestros seres queridos, tan admirados, Me queda clara la diferencia con nuestra, forma de hacer, pensar, no como la nuetra,en cielos e infiernos y demas. Prefiero vuestra cultura sobre la muerte; deseo lo disfrutes mucho, bien.
Tu inolvidable amigo José Luis Ramos que tanto te admira y te quiere.
Besos, un fuerte abrazo para ti, tu amorcito, que sera ya toda una nyjer y quizás mas guapa que su madre(un orgullo para ti)sin duda.